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habíamos disfrutado de sosiego real desde que nos revelamos como conjunto; pero al
tener que vivir acostumbrados a un cierto grado de amenaza, cuando pasó la crisis por el
asunto de Anne fue necesario habituarnos a una situación de peligro ligeramente
aumentada.
Hasta que al oscurecer de un domingo, en el camino que conducía a su casa, Alan fue
encontrado muerto con una flecha clavada en su cuello.
La primera que nos dio la noticia fue Rachel, y todos nos pusimos a escuchar
ansiosamente mientras ella trataba de establecer contacto con su hermana. Aunque
empleó toda la concentración de que era capaz, resultó inútil. La mente de Anne
permanecía tan completamente cerrada a nosotros como había estado a lo largo de los
últimos ocho meses. Y ni siquiera en el dolor nos transmitía nada.
- Voy a ir a verla - nos dijo Rachel -. Debe tener alguien a su lado.
Aguardamos con expectación durante una hora o más. Luego Rachel, muy inquieta,
volvió a ponerse en contacto con nosotros.
- No ha querido verme. Ni siquiera me ha dejado entrar en la casa. Ha preferido la
compañía de una vecina a la mía. Y me ha dado voces para que me marchara.
- Piensa por lo visto que lo ha hecho uno de nosotros - intervino Michael -. ¿Ha sido
alguien del grupo... o sabéis quién lo ha hecho?
Nuestras respuestas negativas, una tras otra, se produjeron enfáticamente.
- Entonces hay que quitarla esa idea de la cabeza - decidió Michael -. No debemos
dejar que siga creyendo eso. Tratad de comunicaros con ella.
Lo intentamos todos, pero no obtuvimos contestación.
- No sirve - admitió Michael -. Rachel, haz que de algún modo le llegue una nota.
Redáctala con cuidado para que ella comprenda que nosotros no tenemos nada que ver
en este asunto, pero procura que no tenga ningún significado para los demás.
- De acuerdo - convino Rachel indecisa -. Lo intentaré.
Transcurrió otra hora antes de que volviera a ponerse en comunicación con nosotros.
- Tampoco ha resultado. Entregué la nota a la mujer que está con ella y esperé.
Cuando regresó me dijo que Anne había roto el sobre sin abrirlo. Mi madre está ahora allí,
intentando persuadirla para que venga a nuestra casa.
Michael tardó en intervenir de nuevo. Al hacerlo, advirtió:
- Mejor será que nos preparemos. Disponedlo todo para echar a correr si es
necesario..., pero no levantéis sospechas. Rachel, mantente alerta para captar lo que
puedas, y comunícanos en seguida lo que ocurra.
Yo no sabía qué hacer. Petra se había acostado ya y era imposible sacarla de la cama
sin que alguien se diera cuenta. Desde luego que ni siquiera Anne sospecharía que ella
hubiera participado en la muerte de Alan. Por otro lado, al ser Petra una de nosotros sólo
en potencia, no hice sino esbozar levemente un plan en mi mente y confiar en que
tuviéramos el tiempo suficiente para huir.
Cuando todos se hubieron retirado a descansar, volvimos a tener noticias de Rachel.
- Mi madre y yo regresamos a nuestra casa - nos dijo -. Anne ha indicado a sus
visitantes que se marcharan y se ha quedado sola. Mi madre ha querido quedarse, pero
Anne está fuera de sí e histérica. Ha hecho que se marcharan todos. Estos han temido
que ella empeorara si insistían en quedarse. Anne le ha dicho a mi madre que conocía al
responsable de la muerte de Alan, pero no ha citado nombres.
- ¿Crees que se refiere a nosotros? - preguntó Michael -. Al fin y al cabo, es posible
que Alan tuviera desde hace tiempo una pendencia con alguien y nosotros lo ignoremos.
- Si hubiera sido así - replicó con cierta firmeza Rachel -, me habría dejado entrar. No
me habría echado a voces de su casa. No obstante, iré por la mañana temprano otra vez
y veré si ha cambiado de parecer.
Por el momento tuvimos que contentarnos con aquella explicación. Al menos pudimos
descansar durante unas horas.
Rachel nos comunicó después lo que había sucedido la mañana siguiente.
Se levantó una hora más tarde del amanecer y se dirigió a través de los campos a la
casa de Anne. Al llegar vaciló un poco, ya que se resistía a enfrentarse a la posibilidad de
sufrir los mismos gritos de repulsa que había padecido el día anterior. Sin embargo, como
era absurdo permanecer allí de pie, mirando a la casa, se armó de valor y utilizó la
aldaba. El eco de ésta sonó en el interior, y Rachel esperó. No hubo respuesta.
Volvió a llamar otra vez, ahora con más determinación. Pero continuó sin haber réplica.
Rachel se alarmó. Golpeó fuertemente con la aldaba y aplicó el oído a la puerta. Luego,
con lentitud y aprensión retiró la mano de la aldaba y se dirigió hacia la casa de la vecina
que había acompañado a su hermana el día anterior.
Cogieron uno de los leños que había en una pila de maderos, golpearon con él una
ventana y saltaron adentro. Descubrieron a Anne en el piso superior, colgada de una viga
de su alcoba.
La bajaron entre las dos y la tendieron en la cama. Habían pasado ya varias horas
desde el momento de su muerte. La vecina la cubrió con una sábana
Para Rachel aquello era irreal. Estaba ofuscada. La vecina la tomó de la mano para
llevarla fuera. Al salir se dio cuenta de que encima de la mesa había una hoja de papel
plegada. La cogió y se la entregó a Rachel al tiempo que decía:
- Esto debe ser para ti o para tus padres.
Rachel, confundida, miró el papel y leyó la inscripción que había en la primera cara
mientras empezaba a manifestar automáticamente:
- Pero si no...
Al momento se recobró e hizo ademán de acercárselo más a los ojos para leerlo mejor,
apartándolo a la vez de la vista de la mujer.
- ¡Ah, sí!... - observó -. Ya se lo daré a mis padres.
Y se metió en el bolsillo del vestido el mensaje que no iba dirigido ni a ella ni a sus
padres, sino al inspector.
El marido de la vecina la acompañó hasta su casa. Comunicó la noticia a sus padres.
Luego, sola en su habitación, la que había compartido con su hermana antes de que ésta
se casara, leyó la carta.
Nos denunciaba a todos, Rachel inclusive, y hasta a Petra. Nos acusaba de haber
planeado colectivamente el asesinato de Alan, y decía que uno de nosotros, sin
especificar quién, lo había llevado a cabo.
Rachel lo leyó dos veces antes de quemarlo cuidadosamente.
Después de transcurrir un día o dos disminuyó nuestra tensión. El suicidio de Anne era
una tragedia, pero nadie veía en él nada misterioso. Se había tratado de una esposa
joven, en su primer embarazo, y mentalmente desequilibrada por el choque de haber
perdido a su marido en tales circunstancias; aunque era lamentable, no dejaba de ser
comprensible.
Sin embargo, la muerte de Alan siguió sin poderse atribuir a nadie, y para nosotros
continuó siendo un gran misterio. Las investigaciones habían llevado a varias personas
resentidas con él, pero ninguna de ellas tenía motivo suficiente para matarle, aparte de
que todas pudieron probar dónde se hallaban en el momento de la muerte de Alan.
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